El gran amor
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El gran amor
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El gran amor Hernán Kí¶nig. Reseña: El tercer libro de Kí¶nig, este que tiene usted entre sus manos, es un texto erótico. Cuenta las aventuras amorosas de cuatro (¿o son cinco?) muy cercanos y verdaderos amigos. No digo más: leerá usted el libro. Roberto Matamala Elorz
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Prólogo Naranjas amargas Dios te libre, lector, de prólogos largos, dice Quevedo. Y como es mejor tener a Quevedo de amigo que de enemigo -y si no, dígalo Góngora- te complaceré, lector, con prólogo breve. También es cierto que no alcanzó, apenas por algunos siglos, a leer Quevedo los magníficos prólogos de G. B. Shaw y sus aun superiores -debo agregar- post scripta. Pero, diablos, eso es harina de otro costal. Más allá de consideraciones sobre su extensión, escribir este prólogo es para mí una misión entrañable. Como lo fue presentar los anteriores libros de Hernán Kí¶nig. Me refiero, por cierto, a Proschtata! y La Identidad Ambigua. Tratando el primero de la nostálgica galería de retratos de unos borrachines perdidos y semi-perdidos en el triángulo formado por el Club de La Unión, el bar del Schuster y el restaurant de la Sociedad Protectora de Empleados del Comercio, la popular y recordada Prote. Por su parte, La Identidad Ambigua enlaza de tal forma los destinos de un individuo con su ciudad natal, que uno no puede vivir sin la otra, como tampoco puede la ciudad ser ella misma original sin su individuo dubitante. En ambos resalté la fluidez de la prosa en lo formal y el retrato profundo y siempre compasivo del fondo, aupándose cada término con el otro en la correspondencia inmanente que Hegel pide a la obra de arte. El tercer libro de Kí¶nig, este que tiene usted entre sus manos, es un texto erótico. Cuenta las aventuras amorosas de cuatro (¿o son cinco?) muy cercanos y verdaderos amigos. No digo más: leerá usted el libro. Sobre lo que quiero llamar nuevamente la atención es en la siempre fluida prosa de nuestro autor. Esa levedad y gracia (hacer parecer fácil lo difícil, que en esto consiste la gracia) de la palabra no se compra en la antigua botica y mucho menos en la moderna cadena farmacéutica. Ahora no se confunda levedad y gracia con liviandad y dulzura. No son estas historias para quienes buscan lo rosa en lo erótico. Son para quienes la amargura de una mermelada de naranjas de Sevilla puede ser un bocatto di cardinale. Amargura profundamente reflexiva que, poco a poco, como si de una espiral concéntrica se tratase, va asediando el corazón del autor. Su amigo Orlando, en ese relato perfecto, perfecto repito, ganador por knock out, como lo pedía Cortázar, está todavía lejano. El escritor puede mantenerse en una marginalidad empática para contar la historia con una cadencia clásica que asombra por su límpida tersura. No tengo idea por qué algunos de los escritos de Hernán Kí¶nig se me asocian naturalmente a la música. Siento en los cuatro apartados de El gran amor de Orlando los movimientos de una sinfonía. Una sinfonía programática que da cuenta de la infelicidad de dos seres que ven como el amor se muere delante de sus propios ojos, como si fuera un amado hijo que se les va, sin que puedan hacer nada por retenerlo. Lo profundamente triste del caso es que la asesina, la sociedad provinciana de Talca, es ridícula y sus aspiraciones y condena del siutiquerío la hacen ser justamente lo más estúpidamente siútico que imaginarse pueda. Ridícula¦ pero mortal: he ahí la ironía amarga del magnífico relato. También están, aunque un poco menos, lejanas las peripecias del entrañable Mauricio: el amado. Dieciséis mujeres tienen relaciones amorosas con él en el relato; diez de ellas incluyen sexo completo, por llamarlo de algún modo, en tiempos previos a la revolución sexual de fines de los sesenta. Sin considerar las relaciones con prostitutas, que tan solo se refieren sin personalización, anecdóticas, ligándolas al menos en dos ocasiones con la gonorrea, que cura el padre médico de Víctor, el tercero de los amigos. Curiosamente, siendo este el capítulo más explícito respecto de la sexualidad, no es ésta, sino parte de la peripecia vital de Mauricio, un camino más de los que, lleno de avatares y desdichas, entretejen la vida del protagonista sin nunca impedir la irónica visión que él mismo mantiene de sus desgracias, ni el incondicional amor de sus amigos. Víctor, el tercer personaje, monstruo de la naturaleza, mezcla -en la pastelería agridulce de la colonia alemana- de Adonis, Sigfrido, Karl Anwandter y un sátiro, va por el mundo haciendo camino erótico y dejando heridas amorosas más o menos profundas por aquí y por acá, que le son, por lo demás, completamente indiferentes. Víctor es la otra cara de Emilio, ese amigo lejano de allende el mar, que está, cual temible ironía -tan lejos, tan cerca- en el corazón de la amargura, de la cual el autor mismo, resonancia íntima del amigo lejano, parece no poder desprenderse. Emilio siente la culpa con tanta profundidad como Víctor la indiferencia. El uno se llena de reproches hacia sí mismo; el otro, siente que el arrepentimiento y el remordimiento no pueden ser parte del recuerdo del goce de la conquista, del placer del sexo y del tedio que tarde o temprano trae el abandono. ¿Es que nunca vamos a poder amar simplemente? ¿Es que todo será indiferencia y olvido? ¿O todo será traumáticos recuerdos? ¿Quién es ella? ¿Quiénes son ellas? ¿Quiénes somos? ¿En qué consiste este juego de machos y hembras? Porque este es un canto machista que se centra en el misterio de la mujer, las verdaderas protagonistas. La narración casi mítica de la perplejidad del varón ante esa fuerza natural del Eros que siente vibrar en su impulso vital, en la poderosa corriente de la perpetuidad de la especie, coartada por las poderosas ataduras de la sociedad y su modelación de cada superyó nuestro de cada día. Kí¶nig, que siempre encubre, engaña, prestidigita personajes e historias y que, en consecuencia, nunca nos hace saber con certeza cuál es la verdad y quién es realmente quién, trama el engaño mayor: hacernos creer que este es un libro sobre las carnales aventuras amorosas de unos amigos. Mentira: ellos son sólo el pretexto para hablar de ellas y de sus almas confundidas en el misterio de la precariedad de la vida humana. En estas historias, los muertos nos vienen a hablar del fuego vital del erotismo. Dícese que hay partículas que pueden, por las leyes de la cuántica, escapar de un agujero negro. Así escapan estos fragmentos de Eros desde los oscuros reinos de Tanatos. Y sólo un alguien que ame mucho a las mujeres, a todas y cada una de ellas, pudo rescatar estas historias del perdido pasado y escribir estos magníficos relatos. Sonia, Beatriz, Gloria y Gerda, Guscha¦ Ignacia¦ todas ellas y más, son montoncitos de restos resecos olvidados en olvidados sepulcros de esta larga geografía. Alguna vez amaron y fueron amadas; sus cuerpos de hembra desearon y fueron deseados. Ninguna de ellas existe ya. No existen¦ sino en el amor -l™amor che move il sole e l™altre stelle- de estas páginas. Roberto Matamala Elorz
Categoría
Narrativa
Sobre el autor
Kí¶nig, Hernán, 1925-, Arquitecto chileno. Nació en Valdivia, Chile en 1925. Arquitecto de profesión, proyectó numerosas obras en el sur del país. En 2010, recibió el premio Obra Bicentenario por la Biblioteca Central de la Universidad Austral de Chile. Además, como escritor fantasma durante 50 años, produjo una serie de escritos que mantuvo en total reserva hasta ahora. Sus narraciones y ensayos reflejan la atmósfera de una ciudad chileno-alemana del sur, a mediados del siglo XX. Por aquel entonces, la colonia alemana cumplía cien años de existencia y el proceso de su integración social y cultural con el país adoptivo se aceleraba dejando atrás toda una época.
Colección
Citación
König, Hernán, “El gran amor,” Portal de Escritores y Literatura de la Región de los Ríos, consulta 21 de diciembre de 2024, http://literaturalosrios.cl/items/show/721.