El jardín sin hombre

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Título

El jardín sin hombre

Descripción

Una composición poética notable desata su estatura en El jardín sin hombre, obra que no en vano invoca a Ovidio y consigue tornar fuero interno una cosmogonía de todos los tiempos, dispuesta a desgajar a pinceladas la empuñada urdimbre de su propio canto.

Una tras otra se suceden las imágenes, y cuando una de ellas ya ha reabierto la ventana de la infancia, el oficio escritural toma en primera persona el nombre de la poesía, balbuceando sus despojos, desmadejándose en misterios y presagios

El trabajo de Erwin Nettig Rosales tiene algo demasiado preferible a la verdad: honestidad; que el aliento de ese jardín siga, pues,
irrigando las letras.


David Hevia
Escritor, expresidente de la
Sociedad de Escritores de Chile

Fecha

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Texto

Prólogo del jardín sin hombre

Una composición poética notable desata su estatura en El jardín sin hombre, obra que no en vano
invoca a Ovidio y consigue tornar fuero interno una cosmogonía de todos los tiempos, dispuesta a
desgajar a pinceladas la empuñada urdimbre de su propio canto. “Un huerto plano” basta para
pronunciar los versos, las partículas elementales y mentales del universo musicalizado aquí por
Erwin Nettig Rosales, poema a poema, en clave de travesía y suite del agua que hace pasar el
hálito del individuo tanto por su extinción como por la textura concreta de todas las existencias,
enlazadas en un catálogo cuyas naves no hacen concesión alguna en su generoso compromiso con
la belleza. Así, mucho menos hermeneuta y mucho más hermenauta de este precoz testamento
que pone en marcha la sosegada cadencia de su cascada, el poeta forja en tres instantes una
propuesta que, transitando de lo vívido a lo vivido en pliegue y repliegue, sale airosa de su reto a
la atomización de la realidad.
Navega primero la palabra blandiendo su catábasis en Viejo jardín, donde lo fundacional es el
regreso, pues no hay factura de barro o, como dice Borges, estamos hechos de olvido. El ahora es
otro: “El fruto mordisqueado / yace en la tierra”, y “el giro de una espada de fuego / aquilata el
árbol de la vida”. Cuencas y cuentas regresivas van desenvolviendo su programa, mientras las
manos “escogen las minúsculas flores / para retrocederlas / hasta sus semillas”. La memoria
empieza a escribir la hermosura de la agonía, y su ardua costura funde, vertiginosa, las remotas
instantáneas de la biografía, que aparecen tan de golpe como los chispazos de la pantalla celeste y
la cotidianidad metida en un bolsillo, haciéndose un momento y otro lo suficientemente
coetáneos como para disparar entonces la esencial protesta de la poesía contra la predestinación
y su ropaje causalista. “Nada caerá por su propio peso / porque en las pueriles vías lácteas / está
tumbado el arquetipo del sol / y la luz es un combate áspero de existencia”, advierte esta textura
antes de atrapar en la bisagra oximorónica de Las flores del arcoíris —realidad e ilusión en una
sola imagen— la lúcida constatación de la estafa en que consiste la historia reciente.
La segunda arremetida, Jardín sin hombre, halla la muerte ya instalada en su sitio y, aunque
asumida, aún no se acostumbra del todo a su retrato de cuerpo entero. “Cada flor / prepara su
horizonte / graba en el aire / su resuelto meridiano / y entre las cicatrices / mide la distancia / de
la sensible geometría”, y un párpado gigantesco acoge ensus latidos la contienda intermitente
entre la amnesia y la imposibilidad material del olvido, porque “aunque no tenga recuerdos / no
puedo soportar / la mordedura de la luz”. Una tras otra se suceden las imágenes, y cuando una de
ellas ya han reabierto la ventana de la infancia, el oficio escritural toma en primera persona el
nombre de la poesía, balbuceando sus despojos, desmadejándose en misterios y presagios, hasta
cuando, habida cuenta de que Dios, la guerra y la pobreza habitan una misma molécula, la
memoria remonta el paso y se detiene en Utopía, donde los propios monstruos, liberados “con el
soplo de la espumosa palabra”, enarbolan el nosotros tal como hicieran antes en Las flores del
arcoíris. La épica, siempre jabonosa, convierte su espuma en un naufragio. La tercera y última
sección, El olvido y su muerte, deviene desembocadura de un discurso que no quiere ser
semblante y, en cambio, encuentra en la metonimia la superación del viejo jardín y del jardín sin
hombre —es decir, del tiempo y del espacio—, la inexistencia enarbolando la existencia, en la
exacta medida en que Masaoka Shiki, al señalar queel que detesta esta vida debe amar la flor del

cardo, anticipa con pétalos la superposición cuántica. La voz, en efecto, sintetiza su dialéctica en
cuanto es capaz de callar, de brindar arquitectura a la imaginación “en la bóveda serena del
horizonte”. El nosotros ya no es promesa ni bandera, no es mirada, sino el más incendiario mirar
donde flamean las partículas elementales del intimismo: “y con ese generoso silencio / les ruego
me dejen soñar / con los benditos ojos / de mi madre”. En síntesis, la metamorfosis 9 entraña
desmontar la crisálida. El trabajo de Nettig tiene algo demasiado preferible a la verdad:
honestidad; que el aliento de ese jardín siga, pues, irrigando las letras.

David Hevia
Escritor, expresidente de la Sociedad de Escritores de Chile

Sobre el autor

Erwin Nettig R. (Osorno. 1965)

Trabajador Social, ha escrito en revistas de literatura y de antropología sobre poesía y cultura mapuche willichc. Posee 8 libros de su autoría en poesía y cuentos. Forma parte de la Mesa Regional del libro y la lectura de Ios Ríos, y realiza mediación de lectura en diferentes CRA de liceos y escuelas de la región, también colabora con la mesa de la Dirección Regional de Bibliotecas Públicas de los Ríos.
Ha obtenido diferentes premios y becas de creación literaria, entre ellas el premio 2024 CONARTE Valdivia con este libro: El jardín sin hombre.

Colección

Citación

Nettig Rosales, Erwin, “El jardín sin hombre,” Portal de Escritores y Literatura de la Región de los Ríos, consulta 21 de diciembre de 2024, http://literaturalosrios.cl/items/show/1387.

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